Edgar Bravo M.El objetivo de ensayo es mostrar la importancia de la
reflexión teórica y, en particular, de las teorías del aprendizaje para las
prácticas pedagógicas. Para tal efecto
consideramos tres de las teorías del aprendizaje más presentes en las prácticas
pedagógicas actuales: el conductismo, el cognitivismo y el constructivismo.
Quizá
la principal novedad de la educación en la actualidad se refiere al cambio del
paradigma en cuanto al papel del estudiante en el proceso educativo. Hemos
pasado de una educación centrada en el rol del docente como trasmisor de
conocimientos a otra centrada en el estudiante como el protagonista de su
propio aprendizaje. El papel activo del estudiante ha puesto el foco, por un
lado, en la manera como los estudiantes aprenden, esto es, en las teorías del
aprendizaje y, por otro lado, en la educación basada en el desarrollo de
competencias.
En
la actualidad, gracias a la educación por
competencias las expectativas del aprendizaje no solo están puestas en la
enseñanza de los contenidos sino también en el desarrollo por parte del
estudiante de ciertas competencias con
todo lo que ella implica: conocimientos, capacidades, habilidades, destrezas y
actitudes.
Desde
la perspectiva del docente las preguntas que se hace ya no solo deberían estar
centradas en los contenidos sino también en las maneras de enseñarlos y en las
maneras como los estudiantes aprenden. En otras palabras es decir que el
aprendizaje no solo depende del dominio del campo disciplinar que enseña el
docente, sino también de la manera
como propicia el aprendizaje de los estudiantes. De ahí la importancia de que el docente
conceptualice y reflexione sobre las prácticas pedagógicas que cualifican el
quehacer docente y, por tanto, lo profesionalizan.
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Cuando
las prácticas pedagógicas no pasan por el tamiz de la reflexión teórica como,
por ejemplo, desde la mirada de las teorías del aprendizaje, se corre el riesgo
de adoptar modelos y prácticas de manera superficial, simplemente como algo que
hay que hacer, como una moda impuesta por directrices ministeriales e
institucionales pero que en la práctica no hacen mucho sentido al docente ni
resulta significativa para los estudiantes.
Así,
por ejemplo, en el caso del enfoque de enseñanza basado en el “aprendizaje
activo” el docente puede proponer muchas actividades en una clase sin que
necesariamente garanticen un aprendizaje significativo, simplemente se hacen
actividades como un requisito para cumplir con las exigencias del modelo
pedagógico institucional. Este es uno de los riesgos de quedarse “en la
práctica por la práctica”, sin una reflexión teórica que la acompañe las
prácticas pedagógicas son ‘ciegas’, incluso pueden resultar poco coherentes y
hasta contradictorias entre sí. Justamente la reflexión sobre la enseñanza y el
aprendizaje contribuye a organizar las prácticas pedagógicas, les aporta
sentido y dirección, les da orden, marca los tiempos.
En
realidad, la práctica y la teoría resultan complementarias. Mientras la teoría
ilumina y orienta la práctica, la práctica materializa la teoría, la somete a
la prueba de la realidad y evita que sea una reflexión teórica sin asidero, evita
también quedarse en “la teoría por la teoría”. Claro que no se trata de hacer
encajar, como si fuera una camisa de fuerza, la práctica en la teoría, no. Se
trata de alimentar y cualificar las prácticas docentes desde las teorías que
las sustentan y orientan y, a la vez, también cuestionar las teorías desde las
prácticas que las ponen en juego.
En
el último medio siglo han ido cambiando los paradigmas de la educación. Para
decirlo brevemente, pasamos de una educación centrada en contenidos, a una
enfocada en objetivos y, rápidamente de esta, a un enfoque educación por
competencias. Este último enfoque por competencias ha resultado significativo
para el mejoramiento de la calidad del aprendizaje. El enfoque aún es joven y,
por tanto, tiene algo de tanteo, de ensayo y error, a veces pareciera adolecer
de cierta improvisación impuesta sobre el modelo educativo tradicional basado
en la adquisición de contenidos. Todavía observamos como las instituciones,
directivos y docentes, han incorporado la “educación por competencias” sin que
ello haya implicado transformaciones cualitativas en los currículos, ni en la
mentalidad de los docentes, ni en las prácticas pedagógicas, más allá de meras
acomodaciones de forma a los documentos institucionales. Encontramos que por lo
menos en el papel, se pasó de la educación tradicional centrada en contenidos a
la educación por competencias. Sin entrar más de fondo en tales cuestiones,
podemos identificar, sin embargo, un desplazamiento del protagonismo del
docente hacia el estudiante, que hasta antes de ese momento había sido
considerado un ser pasivo receptor de conocimientos.
Considerar
ahora al estudiante como el protagonista de su propio aprendizaje, implica
poner el reflector no solo en las teorías sobre la enseñanza sino también, y de
manera preponderante, en las teorías del aprendizaje. Este desplazamiento
reformula el rol no solo del estudiante sino también el del docente. Mientras
aquel se convierte en el protagonista, capaz de construir su propio
aprendizaje, el docente debe movilizar su rol tradicional, pues ya no es
exclusivamente el depositario del saber, para convertirse en un guía, un
facilitador u orientador del aprendizaje, es decir, su rol consiste en enseñar
al estudiante a aprender.
Aquí
muestran su relevancia las teorías sobre el aprendizaje. No todo el aprendizaje
se da de la misma manera. ¿Cómo aprenden los estudiantes? ¿todos aprenden al
mismo ritmo o este varía en función de las particularidades de cada uno? ¿todos
aprenden de la misma manera o existen ciertas preferencias
en la manera de aprender? Y, ¿qué entendemos por aprendizaje? ¿Cómo incide
nuestra concepción del aprendizaje sobre la formulación de los objetivos de
aprendizaje, del diseño curricular, de la formulación de objetivos, de las
estrategias de aprendizaje y de la evaluación? En fin, ¿de qué manera nuestras
concepciones sobre el aprendizaje condicionan nuestras prácticas pedagógicas y
la calidad del aprendizaje?
En
general, todo modelo pedagógico defiende una idea de lo que es el aprendizaje y
detrás de cada idea del aprendizaje hay una teoría que la sustenta. Las tres
teorías de aprendizaje más dominantes en la educación han sido la conductual,
la cognitiva y la constructivista. Para las teorías conductistas, el
aprendizaje se refleja en los cambios de la conducta observables a partir de
los estímulos generados en un ambiente controlado. El aprendizaje se refleja en
la respuesta controlada y medible. Por tanto, lo que importa es generar un
ambiente de aprendizaje adecuado para que las prácticas pedagógicas que allí se
realicen, generen la respuesta prevista, esto es, condicionada. Un buen
aprendizaje consiste entonces en la adecuación del estudiante a la respuesta
observable esperada. La evaluación consiste verificar que la respuesta sea la
más adecuada al estímulo esperado el mayor número de veces. Tal propuesta cala
muy bien con la concepción el rol del docente como trasmisor de conocimientos y
con la imagen del estudiante como un receptor pasivo de conocimientos. Esta
teoría del aprendizaje ha sustentado los modelos tradicionales educativos.
Por su parte, las teorías cognitivas enfatizan
en los procesos mentales que ocurren en la cabeza del aprendiz. El aprendizaje
ocurre cuando el estudiante logra procesar la información proveniente del
exterior. Se trata de un proceso constante de codificar y descodificar. Aquí
juegan un papel importante los estadios de desarrollo dado que las estructuras
mentales se van complejizando cada vez más, en la medida en que el estudiante
logra incorporar los nuevos saberes a los previos. Aprender es, ante todo, un
proceso mental del aprendiz que le permita procesar la información y
organizarla de forma significativa a partir de su saber previo. En este caso el
ambiente de aprendizaje y el papel del docente, buscan propiciar las
condiciones que favorezcan esa significación. La retroalimentación, el feedback, como parte del rol del docente
resulta fundamental para el aprendizaje. La evaluación se centra en dar cuenta
de esos procesos cognitivos a partir del aprendizaje significativo que
evidencia el estudiante. A diferencia del conductismo, el papel del estudiante
es muy activo pues aprender requiere de un proceso mental activo a través del
cual analiza, organiza, jerarquiza, relaciona, etc., la información.
En
cuanto al constructivismo, amplia la noción del aprendizaje frente a las dos
teorías anteriores puesto, si bien reafirma como en el caso del cognitivismo,
el papel activo del estudiante, sostiene que este solo es posible si está
mediado por el contexto. No existe el aprendizaje en general ni
descontextualizado, puesto que este está siempre ligado a las experiencias del
aprendiz y al contexto específico en que ocurre. Aprender es, ante todo,
construir significados. Por eso aprende quien logra darle sentido al
conocimiento a partir de sus propias experiencias y vivencias. La interacción
con el medio, con el contexto sociocultural, propicia el ambiente de
aprendizaje. El rol del docente es muy activo, puesto que hace las veces de
diseñador, mediador y facilitador del aprendizaje. La evaluación es, sin duda,
mucho más compleja, pues se centra en los procesos de aprendizaje y en la
construcción de significados a partir de los indicadores propuestos.
Las
tres teorías sobre el aprendizaje propuestas por cada una de las teorías
tienen, como hemos visto, implicaciones directas en la concepción de la
educación y la formación. En particular, las dos últimas teorías, centradas en
el papel activo del estudiante, requiere contar con los elementos teóricos para
identificar todos los aspectos que entran en juego en el aprendizaje y que “no
siempre se ven”, “ni son tan controlables”. Van más allá del sentido común.
Ahora bien, ¿cuál de las teorías presentadas es mejor? Podríamos afirmar que
resultan mejores aquellas en las que el estudiante juega un papel más activo en
el aprendizaje, es decir la teoría cognitiva y la constructivista, dado que
fomentan la autonomía, el conocimiento de sí mismo y son más motivadoras, entre
otras razones. Sin embargo, cada una tiene su razón de ser, que no solo
responde a las circunstancias históricas, sino también al tipo de necesidades,
propósitos, contextos, exigencias y otros condicionamientos de tipo social,
económico, político y cultural. Tener en cuenta estos aspectos es importante
puesto que no hay que perder de vista que la teoría nunca podrá tener en cuenta
todas las variables señaladas.
Habría que tener en cuenta estos y otros
criterios que se señalan más adelante, a la hora de optar por una u otra
teoría. Por ejemplo, la formación del docente, su experticia o experiencia
puede inclinar la balanza por una u otra teorías; tampoco es lo mismo, trabajar
en grupos reducidos de 10 a 15 estudiantes que hacerlo en grupos de 40 o 50.
Una escuela rural puede desarrollar una propuesta educativa de tipo
constructivista si se enfoca en el estudio de la naturaleza, de la siembra, el
conocimiento de las plantas, las fases de la luna, los saberes ancestrales;
mientras que si las exigencias institucionales requieren cumplir muchos
contenidos es más complicado implementar un enfoque constructivista sea en la
ciudad o en el campo. Un análisis de los aspectos señalados daría las pistas
para implementar un tipo u otro de teoría del aprendizaje. quizá la opción más
viable sea la de una vez determinado el tipo de teoría a implementar, no
descartar los otros tipos, puesto que, según las dinámicas propias de cada
institución, los tiempos, las dinámicas escolares, los docentes, entre otras
variables, resultaría más útil en un momento determinado apelar a las otras
teorías. Lo importante, en cualquier caso, es que exista claridad sobre la
teoría de aprendizaje que está en juego en las prácticas pedagógicas, de esa
manera se puede aprovechar mejor y evitar contradicciones contraproducentes
cuando se utilizan varias sin los criterios adecuados.
Por
otro lado, a lo largo del camino nos enfrentamos con diversas definiciones del
aprendizaje, algunas sustentadas en el marco de una teoría del aprendizaje; o
resultan complementarias entre ellas, también encontramos también definiciones
de aprendizaje que no se dejan ubicar en ninguna de estas teorías o que son posiciones
intermedias entre ellas, las hay también las que corresponden a otras
concepciones de la educación y teorías del aprendizaje. Ya que no existe una
concepción única del aprendizaje tampoco existe una definición del aprendizaje
que valga para todas las concepciones. Tampoco es deseable que así sea, pues,
en el fondo, todas ellas responden a diversas concepciones filosóficas sobre el
ser humano, sobre las finalidades de la vida humana, sobre el tipo de sociedad
que deseamos y sobre las diferencias culturales. Estos aspectos, deberían
también tenerse en cuenta antes de optar por una u otra teoría del aprendizaje.
Ante esta multiplicidad de definiciones, se puede optar por aquella o aquellas
que resulten más coherente con el modelo pedagógico, con los aspectos
filosóficos antes señalados, y claro está, con lo que nos muestra la práctica.
Finalmente,
estas reflexiones sobre las teorías del aprendizaje y su relación con las prácticas pedagógicas implican por lo
menos tres aspectos. En primer lugar, invitan a un ejercicio de metacognición
para con el propósito de identificar los distintos enfoques de aprendizaje a
los que estamos expuestos, bien sea como docentes o como estudiantes. En
segundo lugar, implica adaptar las estrategias de aprendizaje, el diseño
curricular, los objetivos de aprendizaje y las evaluaciones, a las teorías
cognitivas y constructivistas que son las más relevantes hoy. En tercer lugar,
queda la tarea de articular ambas teorías al aprendizaje por competencias para
el desarrollo del pensamiento crítico. Considerar estos tres aspectos, problematizarlos
y profundizar en ellos contribuye no solo a mejorar las prácticas pedagógicas
del docente y de la institución educativa, sino que también contribuye a
reivindicar la profesión docente. j
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