25.5.22

La relevancia de las teorías del aprendizaje en las prácticas pedagógicas

 

Edgar Bravo M.

El objetivo de ensayo es mostrar la importancia de la reflexión teórica y, en particular, de las teorías del aprendizaje para las prácticas pedagógicas.  Para tal efecto consideramos tres de las teorías del aprendizaje más presentes en las prácticas pedagógicas actuales: el conductismo, el cognitivismo y el constructivismo.

Quizá la principal novedad de la educación en la actualidad se refiere al cambio del paradigma en cuanto al papel del estudiante en el proceso educativo. Hemos pasado de una educación centrada en el rol del docente como trasmisor de conocimientos a otra centrada en el estudiante como el protagonista de su propio aprendizaje. El papel activo del estudiante ha puesto el foco, por un lado, en la manera como los estudiantes aprenden, esto es, en las teorías del aprendizaje y, por otro lado, en la educación basada en el desarrollo de competencias.

En la actualidad, gracias a la educación por competencias las expectativas del aprendizaje no solo están puestas en la enseñanza de los contenidos sino también en el desarrollo por parte del estudiante de ciertas  competencias con todo lo que ella implica: conocimientos, capacidades, habilidades, destrezas y actitudes.[1]

 Desde la perspectiva del docente las preguntas que se hace ya no solo deberían estar centradas en los contenidos sino también en las maneras de enseñarlos y en las maneras como los estudiantes aprenden. En otras palabras es decir que el aprendizaje no solo depende del dominio del campo disciplinar que enseña el docente, sino también de la manera como propicia el aprendizaje de los estudiantes.  De ahí la importancia de que el docente conceptualice y reflexione sobre las prácticas pedagógicas que cualifican el quehacer docente y, por tanto, lo profesionalizan. 

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 Cuando las prácticas pedagógicas no pasan por el tamiz de la reflexión teórica como, por ejemplo, desde la mirada de las teorías del aprendizaje, se corre el riesgo de adoptar modelos y prácticas de manera superficial, simplemente como algo que hay que hacer, como una moda impuesta por directrices ministeriales e institucionales pero que en la práctica no hacen mucho sentido al docente ni resulta significativa para los estudiantes.

 Así, por ejemplo, en el caso del enfoque de enseñanza basado en el “aprendizaje activo” el docente puede proponer muchas actividades en una clase sin que necesariamente garanticen un aprendizaje significativo, simplemente se hacen actividades como un requisito para cumplir con las exigencias del modelo pedagógico institucional. Este es uno de los riesgos de quedarse “en la práctica por la práctica”, sin una reflexión teórica que la acompañe las prácticas pedagógicas son ‘ciegas’, incluso pueden resultar poco coherentes y hasta contradictorias entre sí. Justamente la reflexión sobre la enseñanza y el aprendizaje contribuye a organizar las prácticas pedagógicas, les aporta sentido y dirección, les da orden, marca los tiempos.

 En realidad, la práctica y la teoría resultan complementarias. Mientras la teoría ilumina y orienta la práctica, la práctica materializa la teoría, la somete a la prueba de la realidad y evita que sea una reflexión teórica sin asidero, evita también quedarse en “la teoría por la teoría”. Claro que no se trata de hacer encajar, como si fuera una camisa de fuerza, la práctica en la teoría, no. Se trata de alimentar y cualificar las prácticas docentes desde las teorías que las sustentan y orientan y, a la vez, también cuestionar las teorías desde las prácticas que las ponen en juego.

En el último medio siglo han ido cambiando los paradigmas de la educación. Para decirlo brevemente, pasamos de una educación centrada en contenidos, a una enfocada en objetivos y, rápidamente de esta, a un enfoque educación por competencias. Este último enfoque por competencias ha resultado significativo para el mejoramiento de la calidad del aprendizaje. El enfoque aún es joven y, por tanto, tiene algo de tanteo, de ensayo y error, a veces pareciera adolecer de cierta improvisación impuesta sobre el modelo educativo tradicional basado en la adquisición de contenidos. Todavía observamos como las instituciones, directivos y docentes, han incorporado la “educación por competencias” sin que ello haya implicado transformaciones cualitativas en los currículos, ni en la mentalidad de los docentes, ni en las prácticas pedagógicas, más allá de meras acomodaciones de forma a los documentos institucionales. Encontramos que por lo menos en el papel, se pasó de la educación tradicional centrada en contenidos a la educación por competencias. Sin entrar más de fondo en tales cuestiones, podemos identificar, sin embargo, un desplazamiento del protagonismo del docente hacia el estudiante, que hasta antes de ese momento había sido considerado un ser pasivo receptor de conocimientos.

 Considerar ahora al estudiante como el protagonista de su propio aprendizaje, implica poner el reflector no solo en las teorías sobre la enseñanza sino también, y de manera preponderante, en las teorías del aprendizaje. Este desplazamiento reformula el rol no solo del estudiante sino también el del docente. Mientras aquel se convierte en el protagonista, capaz de construir su propio aprendizaje, el docente debe movilizar su rol tradicional, pues ya no es exclusivamente el depositario del saber, para convertirse en un guía, un facilitador u orientador del aprendizaje, es decir, su rol consiste en enseñar al estudiante a aprender. 

 Aquí muestran su relevancia las teorías sobre el aprendizaje. No todo el aprendizaje se da de la misma manera. ¿Cómo aprenden los estudiantes? ¿todos aprenden al mismo ritmo o este varía en función de las particularidades de cada uno? ¿todos aprenden de la misma manera o existen ciertas preferencias[2] en la manera de aprender? Y, ¿qué entendemos por aprendizaje? ¿Cómo incide nuestra concepción del aprendizaje sobre la formulación de los objetivos de aprendizaje, del diseño curricular, de la formulación de objetivos, de las estrategias de aprendizaje y de la evaluación? En fin, ¿de qué manera nuestras concepciones sobre el aprendizaje condicionan nuestras prácticas pedagógicas y la calidad del aprendizaje?

 En general, todo modelo pedagógico defiende una idea de lo que es el aprendizaje y detrás de cada idea del aprendizaje hay una teoría que la sustenta. Las tres teorías de aprendizaje más dominantes en la educación han sido la conductual, la cognitiva y la constructivista. Para las teorías conductistas, el aprendizaje se refleja en los cambios de la conducta observables a partir de los estímulos generados en un ambiente controlado. El aprendizaje se refleja en la respuesta controlada y medible. Por tanto, lo que importa es generar un ambiente de aprendizaje adecuado para que las prácticas pedagógicas que allí se realicen, generen la respuesta prevista, esto es, condicionada. Un buen aprendizaje consiste entonces en la adecuación del estudiante a la respuesta observable esperada. La evaluación consiste verificar que la respuesta sea la más adecuada al estímulo esperado el mayor número de veces. Tal propuesta cala muy bien con la concepción el rol del docente como trasmisor de conocimientos y con la imagen del estudiante como un receptor pasivo de conocimientos. Esta teoría del aprendizaje ha sustentado los modelos tradicionales educativos.

  Por su parte, las teorías cognitivas enfatizan en los procesos mentales que ocurren en la cabeza del aprendiz. El aprendizaje ocurre cuando el estudiante logra procesar la información proveniente del exterior. Se trata de un proceso constante de codificar y descodificar. Aquí juegan un papel importante los estadios de desarrollo dado que las estructuras mentales se van complejizando cada vez más, en la medida en que el estudiante logra incorporar los nuevos saberes a los previos. Aprender es, ante todo, un proceso mental del aprendiz que le permita procesar la información y organizarla de forma significativa a partir de su saber previo. En este caso el ambiente de aprendizaje y el papel del docente, buscan propiciar las condiciones que favorezcan esa significación. La retroalimentación, el feedback, como parte del rol del docente resulta fundamental para el aprendizaje. La evaluación se centra en dar cuenta de esos procesos cognitivos a partir del aprendizaje significativo que evidencia el estudiante. A diferencia del conductismo, el papel del estudiante es muy activo pues aprender requiere de un proceso mental activo a través del cual analiza, organiza, jerarquiza, relaciona, etc., la información.

En cuanto al constructivismo, amplia la noción del aprendizaje frente a las dos teorías anteriores puesto, si bien reafirma como en el caso del cognitivismo, el papel activo del estudiante, sostiene que este solo es posible si está mediado por el contexto. No existe el aprendizaje en general ni descontextualizado, puesto que este está siempre ligado a las experiencias del aprendiz y al contexto específico en que ocurre. Aprender es, ante todo, construir significados. Por eso aprende quien logra darle sentido al conocimiento a partir de sus propias experiencias y vivencias. La interacción con el medio, con el contexto sociocultural, propicia el ambiente de aprendizaje. El rol del docente es muy activo, puesto que hace las veces de diseñador, mediador y facilitador del aprendizaje. La evaluación es, sin duda, mucho más compleja, pues se centra en los procesos de aprendizaje y en la construcción de significados a partir de los indicadores propuestos.

 

Las tres teorías sobre el aprendizaje propuestas por cada una de las teorías tienen, como hemos visto, implicaciones directas en la concepción de la educación y la formación. En particular, las dos últimas teorías, centradas en el papel activo del estudiante, requiere contar con los elementos teóricos para identificar todos los aspectos que entran en juego en el aprendizaje y que “no siempre se ven”, “ni son tan controlables”. Van más allá del sentido común. Ahora bien, ¿cuál de las teorías presentadas es mejor? Podríamos afirmar que resultan mejores aquellas en las que el estudiante juega un papel más activo en el aprendizaje, es decir la teoría cognitiva y la constructivista, dado que fomentan la autonomía, el conocimiento de sí mismo y son más motivadoras, entre otras razones. Sin embargo, cada una tiene su razón de ser, que no solo responde a las circunstancias históricas, sino también al tipo de necesidades, propósitos, contextos, exigencias y otros condicionamientos de tipo social, económico, político y cultural. Tener en cuenta estos aspectos es importante puesto que no hay que perder de vista que la teoría nunca podrá tener en cuenta todas las variables señaladas.

  Habría que tener en cuenta estos y otros criterios que se señalan más adelante, a la hora de optar por una u otra teoría. Por ejemplo, la formación del docente, su experticia o experiencia puede inclinar la balanza por una u otra teorías; tampoco es lo mismo, trabajar en grupos reducidos de 10 a 15 estudiantes que hacerlo en grupos de 40 o 50. Una escuela rural puede desarrollar una propuesta educativa de tipo constructivista si se enfoca en el estudio de la naturaleza, de la siembra, el conocimiento de las plantas, las fases de la luna, los saberes ancestrales; mientras que si las exigencias institucionales requieren cumplir muchos contenidos es más complicado implementar un enfoque constructivista sea en la ciudad o en el campo. Un análisis de los aspectos señalados daría las pistas para implementar un tipo u otro de teoría del aprendizaje. quizá la opción más viable sea la de una vez determinado el tipo de teoría a implementar, no descartar los otros tipos, puesto que, según las dinámicas propias de cada institución, los tiempos, las dinámicas escolares, los docentes, entre otras variables, resultaría más útil en un momento determinado apelar a las otras teorías. Lo importante, en cualquier caso, es que exista claridad sobre la teoría de aprendizaje que está en juego en las prácticas pedagógicas, de esa manera se puede aprovechar mejor y evitar contradicciones contraproducentes cuando se utilizan varias sin los criterios adecuados.

 Por otro lado, a lo largo del camino nos enfrentamos con diversas definiciones del aprendizaje, algunas sustentadas en el marco de una teoría del aprendizaje; o resultan complementarias entre ellas, también encontramos también definiciones de aprendizaje que no se dejan ubicar en ninguna de estas teorías o que son posiciones intermedias entre ellas, las hay también las que corresponden a otras concepciones de la educación y teorías del aprendizaje. Ya que no existe una concepción única del aprendizaje tampoco existe una definición del aprendizaje que valga para todas las concepciones. Tampoco es deseable que así sea, pues, en el fondo, todas ellas responden a diversas concepciones filosóficas sobre el ser humano, sobre las finalidades de la vida humana, sobre el tipo de sociedad que deseamos y sobre las diferencias culturales. Estos aspectos, deberían también tenerse en cuenta antes de optar por una u otra teoría del aprendizaje. Ante esta multiplicidad de definiciones, se puede optar por aquella o aquellas que resulten más coherente con el modelo pedagógico, con los aspectos filosóficos antes señalados, y claro está, con lo que nos muestra la práctica.

 Finalmente, estas reflexiones sobre las teorías del aprendizaje y su relación con  las prácticas pedagógicas implican por lo menos tres aspectos. En primer lugar, invitan a un ejercicio de metacognición para con el propósito de identificar los distintos enfoques de aprendizaje a los que estamos expuestos, bien sea como docentes o como estudiantes. En segundo lugar, implica adaptar las estrategias de aprendizaje, el diseño curricular, los objetivos de aprendizaje y las evaluaciones, a las teorías cognitivas y constructivistas que son las más relevantes hoy. En tercer lugar, queda la tarea de articular ambas teorías al aprendizaje por competencias para el desarrollo del pensamiento crítico. Considerar estos tres aspectos, problematizarlos y profundizar en ellos contribuye no solo a mejorar las prácticas pedagógicas del docente y de la institución educativa, sino que también contribuye a reivindicar la profesión docente. j

 



[1] Tobón, Sergio (2013). Formación integral y competencias: pensamiento complejo, currículo, didáctica y evaluación. Bogota: Ecoe. Pp: 105-107

[2] Resulta pertinente la distinción entre las maneras como los estudiantes prefieren aprender y los llamados estilos de aprendizaje. Pero esa es otra discusión que no viene al caso aquí.

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