Homero
John William Waterhouse, Ulises y las sirenas, 1891 |
El relato que aparece en la Odisea de Homero sobre el encuentro de Ulises con las Sirenas y la manera cómo este enfrentó el seductor canto de aquellas es una metáfora de la condición humana. El canto de las sirenas es un reflejo de nuestras apetencias, de las cuales no siempre sabemos o no queremos saber. Este fragmento es una sabia reflexión sobre el conocimiento de sí mismo, y sobre la incidencia que el placer y la templanza tienen en la vida humana.
"Pero á mí, Circe me tomó por la mano, me hizo sentar separadamente de los compañeros y, acomodándose á mi vera, me preguntó cuanto me había ocurrido; y yo se lo conté por su orden. Entonces me dijo estas palabras la veneranda Circe:
«Así, pues, se han llevado a cumplimiento todas
estas cosas. Oye ahora lo que voy a decir y un dios en persona te lo recordará
más tarde. Llegarás primero a las Sirenas, que encantan a cuantos hombres van a
encontrarlas. Aquél que imprudentemente se acerca a las mismas y oye su voz, ya
no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de
júbilo, cuando torna a sus hogares; sino que le hechizan las Sirenas con el
sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón
de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y
tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, previamente adelgazada, a
fin de que ninguno las oiga; más si tú deseares oírlas, haz que te aten en la
velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del
mástil y que las sogas se liguen al mismo; y así podrás deleitarte escuchando a
las Sirenas. Y en el caso de que supliques o mandes a los compañeros que te
suelten, atente con más lazos todavía.
«Así dijo; y al punto apareció la Aurora, de trono de oro. La divina entre las diosas se internó en la isla, y yo, encaminándome al bajel, ordené a mis compañeros que subieran a la nave y desataran las amarras. Embarcáronse acto continuo y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a herir con los remos el espumoso mar. Por detrás de la nave de azulada proa soplaba próspero viento que henchía las velas; buen compañero que nos mandó Circe, la de lindas trenzas, deidad poderosa, dotada de voz. Colocados los aparejos cada uno en su sitio, nos sentamos en la nave, que era conducida por el viento y el piloto. Entonces dirigí la palabra a mis compañeros, con el corazón triste, y les hablé de este modo:
«¡Oh amigos! No conviene que sean únicamente uno o dos quienes conozcan los vaticinios que me reveló Circe, la divina entre las diosas; y os los voy a referir para que, sabedores de los mismos, o muramos o nos salvemos, librándonos de la muerte y del destino. Nos ordena ante todo rehuir la voz de las divinales Sirenas y el florido prado en que éstas se hallan. Manifestóme que tan sólo yo debo oírlas; pero atadme con fuertes lazos, de pie y arrimado a la parte inferior del mástil—para que me esté allí sin moverme—y las sogas líguense al mismo. Y en el caso de que os ruegue o mande que me soltéis, atadme con más lazos todavía.»
» Mientras hablaba, declarando estas cosas a mis compañeros, la nave bien construida llegó muy presto a la isla de las Sirenas, pues la empujaba favorable viento. Desde aquel instante echóse el viento, reinó sosegada calma y algún numen adormeció las olas. Levantáronse mis compañeros, amainaron las velas y pusiéronlas en la cóncava nave; y, habiéndose sentado nuevamente en los bancos, emblanquecían el agua, agitándola con los remos de pulimentado abeto. Tomé al instante un gran pan de cera y lo partí con el agudo bronce en pedacitos, que me puse luego a apretar con mis robustas manos. Pronto se calentó la cera, porque hubo de ceder a la gran fuerza y a los rayos del soberano Sol Hiperiónida, y fuí tapando con ella los oídos de todos los compañeros. Atáronme éstos en la nave, de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil; ligaron las sogas al mismo; y, sentándose en los bancos, tornaron a herir con los remos el espumoso mar. Hicimos andar la nave muy rápidamente, y, al hallarnos tan cerca de la orilla que allá hubiesen llegado nuestras voces, no se les encubrió a las Sirenas que la ligera embarcación navegaba a poca distancia y empezaron un sonoro canto:
«¡Ea, célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca; sino que se van todos después de recrearse con ella y de aprender mucho; pues sabemos cuantas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuanto ocurre en la fértil tierra.»
» Esto dijeron con su hermosa voz. Sintióse mi corazón con ganas de oírlas, y moví las cejas, mandando a los compañeros que me desatasen; pero todos se inclinaron y se pusieron a remar. Y, levantándose al punto Perimedes y Euríloco, atáronme con nuevos lazos, que me sujetaban más reciamente. Cuando dejamos atrás las Sirenas y ni su voz ni su canto se oían ya, quitáronse mis fieles compañeros la cera con que tapara sus oídos y me soltaron las ligaduras."
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