La construcción de la vida ética
Miguel Ángel Polo Santillana
Concebir la ética como un arte, esto es, una mezcla
de conocimiento, reflexión y, ante todo, una buena dosis de práctica. Quienes,
como Sócrates y Aristóteles, reflexionaron sobre la vida ética, lo sabían. Decía
Sócrates que no bastaba con vivir, sino aprender a vivir bien. Aristóteles, por
su parte, tenía claro que más que aprender qué es la virtud, hay que aprender cómo
ser virtuosos. En ambos casos, al igual que en buena parte de la tradición
ética, subyace la idea de que la ética es el arte de aprender a vivir bien.
Esto no quiere decir que la ética renuncie–como dice Polo Santillana- a “la
labor indagadora, reflexiva y crítica”; por el contrario, la presupone. Toda
ética implica un compromiso con la racionalidad.
De otra parte, el texto retoma la propuesta kantiana del
sujeto autónomo, para sostener que la autonomía del sujeto moderno solo es
posible como una autonomía contextualizada, en otras palabras, la autonomía resulta
posible cuando la asumimos en el sentido etimológico de la ética como morada, como
refugio (del griego, ethos). Una vida
ética pasa, entonces, por aprender a cuidar la propia morada. Renunciar al cuidado
de la propia morada es también renunciar a la vida ética. En síntesis, el texto
que aquí se propone, apunta a la idea de que la ética consiste en “el arte de aprender
a vivir bien con los otros”.
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