Por Edgar Bravo M. [1]
Este artículo analiza los retos de la educación superior en el proceso formativo, destacando la necesidad del estudio de la condición humana desde un enfoque complejo que incluya lo racional, lo afectivo, lo social y lo espiritual, más allá de satisfacer únicamente las demandas del mercado laboral. Se propone que una educación integradora, que no descuide lo afectivo, contribuye al desarrollo de la autonomía, concebido este como uno de los fines centrales de la educación.
La educación superior enfrenta hoy en día un desafío profundo y complejo. Los fines principales de la educación deben ser la autonomía intelectual y moral, el desarrollo de las capacidades y la preparación para afrontar las demandas de la vida profesional y laboral. Esto implica formar individuos capaces de tomar decisiones informadas y responsables, de pensar por sí mismos, de comprender y gestionar sus emociones, y de interactuar de manera empática y respetuosa con los demás.
Sin embargo, muchas concepciones actuales
de la educación se centran predominantemente en satisfacer las demandas del
mercado laboral. Este enfoque limitado corre el riesgo de reducir a los
estudiantes a meros instrumentos al servicio de la economía, ignorando su
desarrollo integral como seres humanos completos. Esto implica, formar
individuos capaces de satisfacer las demandas del mercado laboral, sin perder
de vista la conciencia sobre la condición humana. En este contexto, lo que está
en juego no es solo la capacidad de los estudiantes para adaptarse a un entorno
profesional competitivo, sino también su desarrollo integral como seres humanos
completos. Una educación que ignore la dimensión afectiva y emocional,
centrándose exclusivamente en el pensamiento racional y científico, corre el
riesgo de deshumanizar a los estudiantes, reduciéndolos a meros instrumentos al
servicio de la economía.
La condición humana es un concepto amplio
y multifacético que abarca todas las dimensiones de la existencia humana,
incluyendo lo racional, lo afectivo, lo social y lo espiritual. Comprender y
abordar esta condición en el ámbito de la educación implica reconocer que los
seres humanos no somos únicamente entes racionales, sino también emocionales y
sociales. Esta visión integradora es fundamental para ofrecer una educación que
no solo forme profesionales competentes, sino también individuos empáticos,
reflexivos y equilibrados.
Es esencial cuestionar una educación
superior que pone el énfasis en el pensamiento racional, objetivo -desprovisto
de subjetividad- y orientada a satisfacer las demandas del mercado. Aunque el
pensamiento racional y científico proporciona herramientas indispensables para
analizar y resolver problemas complejos, una educación que se enfoque
exclusivamente en estos aspectos corre el riesgo de cosificar a los seres
humanos. Esta cosificación, producto de una visión mercantilista, trata a los
individuos como mercancías cuyo valor se mide en términos de precio y utilidad,
desconociendo así su dignidad intrínseca.
Los pensadores de la escuela de
Fráncfort, distinguen entre la razón
instrumental y la razón emancipadora.
La primera se centra en la eficiencia y utilidad. De esta forma el
pensamiento queda reducido al cálculo o la previsión de los medios y recursos
óptimos para alcanzar un fin, reduciendo la razón a un mero instrumento útil al
servicio de las ideologías, los grupos del poder y la economía de mercado.
Mientras que la razón emancipadora busca la humanización y liberación del ser
humano. Una forma de razón emancipadora frente a la razón instrumental, basada
en la crítica a la reducción y simplificación del ser humano al servicio de las
demandas tecnológicas y económicas. Se trata de conocer la realidad en su
complejidad, criticarla y modificarla para ahondar en la libertad, tal como lo
ha mostrado el marxismo y el psicoanálisis.
Adoptar una visión compleja e integradora
de la condición humana no significa dejar de lado el pensamiento instrumental
ni el contexto de mercado. Por el contrario, implica luchar por integrar la
dimensión afectiva que, según Sigmund Freud, es el motor de la vida del sujeto.
La afectividad impulsa nuestras decisiones, motiva nuestras acciones y da
sentido a nuestras experiencias. Por tanto, una educación que ignore el
pensamiento emancipatorio está incompleta y carece de una visión verdaderamente
humanista.
Una educación que ignore la dimensión
afectiva y emocional corre el riesgo de deshumanizar a los sujetos en
formación. Los seres humanos no solo somos entes racionales, sino también
emocionales y sociales. Ignorar esta dimensión puede resultar en una educación
incompleta y desequilibrada. Todos los seres humanos deberían aprender a
comprender y gestionar sus emociones, en vez de negarlas o avergonzarse de
ellas. Como decía el escritor romano Terencio, nada de lo humano me es ajeno, queriendo decir que todo lo que
concierne al ser humano debe despertar interés y solidaridad; de ahí, se
desprende la necesidad de estudiar la condición humana para desarrollar la
empatía y solidaridad, valores esenciales para el bienestar y la convivencia.
Immanuel Kant plantea el principio de la
dignidad humana al afirmar que toda
persona debe ser tratada siempre como un fin y nunca solamente como un medio.
Esto implica esto implica que debemos valorar y respetar la humanidad en cada
persona, no utilizándose sólo como un instrumento para alcanzar nuestros
propios objetivos. Ser fines en sí mismos implica reconocer que cada individuo
tiene un valor intrínseco y merece ser tratado con respeto y dignidad.
Enfatizando en el adverbio solamente", Kant advierte contra la
instrumentalización de los demás. Un ejemplo de la vida cotidiana sería
utilizar a un amigo solo para obtener favores o beneficios, sin considerar su
bienestar o sentimientos. Esto reduce al amigo a un medio para un fin,
ignorando su dignidad como persona. El problema no radica en servirnos de otros
para alcanzar nuestros fines, sino en al hacerlo, negar que el otro,
independiente de que esté a mi servicio, es tiene una dignidad no negociable.
Para Kant, la autonomía está ligada al
pensamiento crítico y la expresa en tres principios fundamentales: pensar por sí mismo: utilizar el propio
entendimiento y juicio crítico para tomar decisiones, en lugar de depender
exclusivamente de la autoridad o el pensamiento de otros. En segundo lugar, ponerse en el lugar del otro: desarrollar
empatía y comprensión al considerar las perspectivas, situaciones y
experiencias de los demás. Implica abandonar el propio narcisismo para
comprender al otro en su propio mundo, su entorno, sus intereses y
preocupaciones. Finalmente, ser
consecuentes: actuar de acuerdo con las propias convicciones y principios,
asegurándose de que las palabras y acciones reflejen lo que realmente creemos y
defendemos. Además, si los argumentos del otro son mejores o descubrimos que
estamos equivocados, ser coherente implica cambiar la propia postura, lo que
requiere practicar la humildad. Ser consecuentes, requiere estar alerta a dos
sesgos cognitivos comunes: el sesgo de
atribución y el sesgo de confirmación.
El sesgo de atribución nos lleva a justificar nuestros propios errores
atribuyéndolos a factores externos (atribución
externa), mientras que atribuimos los errores de los demás a su carácter o
personalidad (atribución interna).
Por ejemplo, si llego tarde a una reunión, puedo justificarlo con el tráfico
(externo), pero si otro llega tarde, puedo pensar que es porque es
irresponsable (interno). Por su parte, el sesgo de confirmación nos lleva a
buscar y valorar más la información que confirma nuestras creencias
preexistentes, ignorando o desestimando la información que las contradice. Para
ser consecuentes y actuar con coherencia, debemos reconocer y superar estos
sesgos, lo que requiere un esfuerzo consciente y crítico.
Jean-Paul Sartre en El existencialismo es un humanismo,
plantea que la condición humana se refiere a la condición de posibilidad de la
vida humana, abarcando aspectos como el sentido de la vida, el trabajo, las
relaciones con los demás, y la muerte. Sartre afirmaba de manera contundente que
cada uno es lo que hace con lo que
hicieron de él, subrayando la libertad y responsabilidad individuales en la
construcción de nuestra identidad. La libertad, en este sentido, implica asumir
la responsabilidad de nuestras elecciones y acciones, y reflexionar sobre cómo
moldeamos nuestra existencia.
El filósofo español Ortega y Gasset añadía una dimensión importante para comprender la condición humana cuando afirmaba que yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella no me salvo yo, puesto que nuestra identidad está intrínsecamente ligada a nuestra historia y entorno. Reflexionar sobre esta idea nos lleva a la necesidad de aceptar nuestra realidad, para transformarla. Según el filósofo español, el ser humano se caractriza por no ser algo dago o acabado, sino por estar en un constante devinir, un "estar siendo" permanente. Como decía el viejo Heráclito, "nunca nos bañamos dos veces en el mismo río", porque nunca nosotros ni el río somos los mismos.
Tanto Sartre como Ortega y Gasset subrayan la complejidad de la condición humana al entrelazar la libertad individual -soy responsable de lo que hago con eso que hicieron de mí- con las circunstancias en que ocurre nuestra vida. Hacernos cargo de ellas, implica aceptarlas como parte de nuestra realidad, no para resignarnos, sino para transformarlas desde la reflexión y la acción.
El estudio de la condición humana ofrece una base sólida para una educación verdaderamente integradora. Esta condición incluye todos los aspectos de la existencia, desde lo racional hasta lo espiritual, pasando por lo corporal, lo emocional y lo social. Profundizar en el estudio de la condición humana, es necesario para desarrollar una comprensión más rica y compleja de sí mismos y de los demás, lo que es esencial para estar y convivir con los demás.
Adoptar y desarrollar un pensamiento
complejo y crítico es fundamental en este contexto. El pensamiento complejo implica la capacidad de ver las
interconexiones entre diferentes elementos y comprender la realidad en su
totalidad, reconociendo la multidimensionalidad y la interdependencia de los
fenómenos, así como el cambio y la incertidumbre. El pensamiento crítico permite analizar y evaluar información de
manera objetiva, cuestionando su validez y fiabilidad. Ambas formas de
pensamiento son esenciales para abordar la condición humana en toda su
complejidad, permitiendo a los estudiantes reflexionar profundamente sobre su
propia existencia y la de los demás, así como sobre los desafíos éticos y
morales que enfrentan.
Sabemos que en la actualidad el estudio
de las humanidades enfrenta dificultades significativas en una sociedad de
mercado. A menudo, no se considera rentable porque no produce beneficios
económicos inmediatos. Además, la premura de las redes sociales y la necesidad
constante de estar conectados y sobre estimulados impiden la pausa reflexiva
necesaria para el autoconocimiento. Esta dinámica de inmediatez y
superficialidad dificulta la introspección y el pensamiento crítico.
Hay que reconocer que el pensamiento
requiere tiempo, calma y un entorno propicio para la reflexión. Sócrates, con
su máxima Conócete a ti mismo,
subrayaba la importancia del autoconocimiento. Trabajar en la condición humana
es una manera de conocerse a uno mismo, de explorar nuestras emociones,
pensamientos y motivaciones más profundas. Esta introspección es esencial para
un desarrollo equilibrado y significativo. La capacidad de pensamiento crítico,
como también promovía Sócrates, es crucial para cuestionar nuestras propias
creencias y entender mejor el mundo que nos rodea.
En conclusión, la educación superior debe ir
más allá de satisfacer las demandas del mercado laboral y centrarse en formar
seres humanos completos. Una educación integradora que equilibre lo
laboral-empresarial, racional y afectivo proporciona a los estudiantes las
herramientas necesarias para tener éxito en la vida y contribuir de manera
significativa a la sociedad. El estudio de la condición humana, a pesar de las
dificultades en el contexto actual, es fundamental para lograr una educación
verdaderamente completa y enriquecedora.
Bibliografía
Cortina, A. (1985). Crítica y utopía: la escuela de Francfort. Cincel
Kant, I. (1982). Cómo orientarse en
el pensamiento. Leviatan.
Ortega y Gasset, J. (2014).
Meditaciones del Quijote. Alianza.
Platón. (1983). Apología de Sócrates. Gredos.
Sartre, J.P. (2006). El
existencialismo es un humanismo. Edhasa.
Varona-Domínguez,
Freddy. (2021). La educación superior y la categoría condición humana. Para una
visión integradora. Revista Electrónica Educare. Vol 25(1) Pp. 1-19, https://www.scielo.sa.cr/pdf/ree/v25n1/1409-4258-ree-25-01-451.pdf.
¡Excelente artículo! Me parece un análisis profundo y necesario sobre los retos de la educación superior y la importancia de una formación integral que no solo prepare para el mercado laboral, sino que también cultive el pensamiento crítico, la autonomía y la dimensión afectiva del ser humano. La integración de perspectivas filosóficas como las de Kant, Sartre y Ortega y Gasset enriquece la reflexión sobre la condición humana y su papel en la educación. Sin duda, promover una educación que abarque lo racional, lo emocional y lo social es clave para formar individuos más conscientes, empáticos y libres. ¡Felicitaciones por este aporte tan valioso!
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