La virtud-ciencia socrática no se debe concebircomo intelectualista, sino como práctica.Roth Acker
La adecuación de las propias
acciones a las ideas que se tiene acerca de la vida, del modo de conducirse en
ella y de la postura ante la muerte, constituye en Sócrates un rasgo
predominante en su personalidad. Sin embargo, estamos lejos de comprender su
extraña personalidad a través de su pensamiento, o de lo que conocemos de él,
puesto que esa misma personalidad está
hecha de contrastes: “bufón y serio, dueño de sí y demoniaco, dulce y violento,
religioso y librepensador, asceta y amigo de banquete, aristócrata y demócrata,
sofista y antisofista, terrenal e idealista”[1].
De otra parte, para
comprender algunos hechos de su vida, entre ellos los de su propia muerte, es
preciso no desconocer el contexto social, político y cultural en que vivió. En
primer lugar, no es posible pensar a Sócrates por fuera de la polis. En su vida se ausentó de Atenas,
su ciudad de origen, solo en dos ocasiones, y ambas en cumplimiento de sus
deberes militares. Por lo demás, guardó siempre fiel obediencia a las leyes de
la Ciudad-Estado, aunque no así a los gobiernos cuando estos incumplían las
leyes y le obligaban a cometer injusticias. No hay que olvidar tampoco que
Sócrates creció y vivió la primera mitad de su vida en el pleno esplendor de la
democracia, la época más brillante de Atenas, en el siglo de Pericles. De ahí
sus firmes convicciones políticas y su respeto por los valores en los que se
sustenta la polis.
[1] Belaval, Yvon. (1984). Sócrates,
en Parain, Brice (director). Historia
de la Filosofía. v. 2 México: FCE, p. 41.