Por Edgar Bravo M.
La emergencia
de nuevas tecnologías de la Inteligencia Artificial como el ChatGPT evidencia,
por un lado, sus enormes beneficios, pero, por otro, plantea interrogantes
relacionados con la manera en que puede afectar nuestra capacidad de pensar. ¿Estamos
ante el riesgo de renunciar al pensamiento en aras de la comodidad? ¿Es preferible con estas tecnologías renunciar a la responsabilidad que implica pensar? No es la primera vez que, ante el surgimiento
de nuevas tecnologías, se planteen diversos interrogantes sobre sus posibles
efectos no esperados. Este ensayo indaga sobre tales aspectos e intenta mostrar
los posibles efectos de renunciar al pensamiento crítico en aras de la
comodidad.
Difícil sustraerse, en los tiempos
que corren, al impacto de las nuevas tecnologías de inteligencia artificial
(IA). Según un informe de Open AI, la empresa creadora del Chat GPT, la
implementación de la IA puede afectar hasta un 80% del mercado laboral en
Estados Unidos. De esa afectación tampoco se salva la educación. En este
ensayo me interesa abordar los efectos que, en el campo de la educación, y
en particular, en la capacidad de pensar puede traer la implementación de dicha
tecnología.
Las inteligencias artificiales ofrecen la posibilidad de ahorrar tiempo y esfuerzo a la hora de realizar tareas académicas tales como elaborar resúmenes, talleres, análisis de textos, ensayos, entre muchas otras. Basta con darle unas indicaciones y el Chat GPT se encarga de hacer la tarea. El riesgo de ceder ante tales tentaciones y ahorrarse el esfuerzo de pensar resulta atractivo para más de un usuario.
No es la primera vez que la humanidad se siente amenazada por la aparición de nuevas tecnologías. En la Grecia Antigua, Platón comparaba la invención de la escritura con un fármaco: como un remedio para la memoria y la sabiduría. Y como todo fármaco -del griego phármakon: veneno, hechizo- bien administrado es un remedio que cura y mal administrado, uno que mata, pues, continúa el filósofo, descuidar la memoria, producirá olvido en quienes la aprendan y se harán difíciles de tratar, pues habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, han acabado por convertirse en sabios aparentes, en lugar de sabios verdaderos.
En 1440, el alemán Johannes
Gutenberg, inventó la primera imprenta, fabulosa tecnología que permitía
fabricar libros, sin necesidad de escribirlos a mano y con mayor rapidez. Hasta
entonces, en los monasterios medievales, las obras eran reproducidas por los
copistas a mano y a punta de pluma, raspador y tinta. Con la invención de la
imprenta, una de las tecnologías de mayor impacto para la humanidad, se abrió
paso a la modernidad. Cada vez más personas aprendían a leer y la difusión del
conocimiento se amplió; tanto así que, en el siglo XVII, René Descartes,
prefiere escribir en francés el famoso Discurso
del Método para llegar a más personas, y no en latín como era la costumbre. Esta vez,
los temores llegaron por parte de las élites eclesiásticas y políticas, que
veían como la difusión del conocimiento, les menguaba el poder y control sobre
la población. En los siguientes dos siglos, comienzan a aparecer en Europa y
Estados Unidos las primeras bibliotecas públicas para acceder y democratizar
más el conocimiento.
A mediados de la década de los
noventa del siglo pasado, Internet se populariza y esta vez, junto con el motor
de búsqueda Google, los temores vuelven a resurgir. Aparece la famosa práctica
del copy & page, que consiste en
tomar información de una fuente externa y presentarla como propia, sin dar los
créditos al autor; si bien esta forma de plagio sigue siendo recurrente en
todos los niveles educativos y afecta el aprendizaje y la calidad de la
educación, los beneficios de Internet saltan a la vista: el acceso a
información prácticamente ilimitada, ágil y fácil obtener, y en diversos
formatos como textos escritos, videos, podcast, infografías, entre muchos
otros; igual la disponibilidad de plataformas y recursos educativos, así
como la implementación de nuevas formas de comunicación, más económicas y
versátiles.
Las tres tecnologías que acabo de
mencionar -la escritura, la imprenta y la Internet- son un claro ejemplo del
anhelo humano por superar sus propios límites. Pareciera que ir más allá de las
fronteras conocidas está inscrito en el ADN de la humanidad, como si lo propio
de su naturaleza fuera transgredir las barreras y explorar nuevos horizontes.
Recordemos que Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por atreverse a probar
el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Luego, en Babel, Dios
confundió las lenguas de los descendientes de Noé, que hablaban un solo idioma,
para evitar que construyeran una torre hasta el cielo, desafiando el poder
divino. Como castigo a la soberbia, se confundieron sus lenguas para que no
pudieran comunicarse entre sí. En cierta forma, se puede decir que el ser
humano siempre ha buscado ser como los dioses. En últimas, el deseo humano de
superar los límites establecidos, con sus luces y sombras, ha sido una
constante en la historia, impulsando así el desarrollo de nuevas
tecnologías.
En el recorrido hecho hasta aquí he
señalado el impacto de la implementación de dichas tecnologías. Como en el mito
griego de Prometeo, en el que Zeus en castigo al dios benefactor de la humanidad
por robar el fuego para entregárselo a los mortales, engañó a estos enviándoles
un obsequio, a través de la bella Pandora, una vasija que contenía todos
los males y que, al ser abierta por curiosidad, los esparció por la faz de la
tierra. A todos menos a uno: la esperanza. ¿Y qué hacía esté bien dentro de la
vasija junto con los otros males? Era parte del engaño divino. Un bien ambiguo.
Una bendición cuando se trata de soportar los males presentes, pero un engaño
si se confía en ella ciegamente, por encima de las expectativas reales.
El Chat GPT continúa está historia de
la invención de nuevas tecnologías y su ambigüedad respecto a los beneficios.
Un fármaco puesto al bienestar de la humanidad. Bien utilizado favorece la
capacidad de razonamiento ya que puede procesar muchos datos, explorar diversas
perspectivas de un problema, fomentar la creatividad, la experimentación y el
intercambio de ideas. Sus mayores fortalezas están en la rapidez del
procesamiento de datos y en el manejo de un lenguaje cada vez más natural y
espontáneo. En cuanto a la precisión y exactitud, aún tiene fallas, pero cada
versión las ha ido soslayando. Cada vez identifica mejor el contexto y, al
tener acceso a Internet, genera mejores respuestas actualizadas.
Pero también trae sus riesgos, el
mayor de ellos a mi parecer, dejar que el Chat GPT sustituya nuestra capacidad
de razonar. Renunciar al pensamiento -como decía Kant- no por falta
de inteligencia, sino por causa de la pereza y comodidad para servirse por
sí mismo de la propia razón: si puedo pagar no me hace falta pensar: ya habrá
otros que tomen en mi nombre, tan fastidiosa tarea. Como en el caso de la
esperanza, ese otro "fármaco del alma", el uso irreflexivo y en la
dosis incorrecta del Chat GPT, puede convertirse parafraseando a Kant, casi en
una segunda naturaleza, renunciando con ello a un rasgo que nos hace humanos:
la capacidad reflexiva. Y ya sabemos, a la hora de actuar, tal como lo han
mostrado dos filósofas, Martha Nussbaum y Hannah Arendt, lo frágil que puede ser
el bien y lo banal, al cometer el mal.
La ambigüedad está presente. Los
riesgos y beneficios saltan a la vista. Renunciar a pensar tiene implicaciones
y consecuencias graves. ¿Podremos ser capaces de hacer un uso adecuado de dicha
tecnología sin renunciar a nuestra capacidad reflexiva? ¿El Chat GPT va a
contribuir a la deshumanización de la sociedad? ¿Saldremos avante, como ha
pasado con las otras tecnologías, superando con creces las desventajas?
¿Estamos a los albores de una época esplendorosa para la humanidad? No me
atrevo a pronosticar. Lo cierto es que las ansias de conocimiento no van a
parar, ese anhelo prometeico nos pertenece. Ojalá esta vez el costo tampoco sea
demasiado alto.
Para acceder a la versión en PDF: Aquí.
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