22.3.22

La temperancia

André Comte-Sponville 

La temperancia es una de esas virtudes necesarias en todos los tiempos, sean estos  de abundancia o de escases. Generalmente una virtud mal entendida, Comte-Sponville aclara en estas páginas lo que es y lo que no es. Toma como referencia al gran filósofo griego Epicuro, para mostrar que la temperancia, con sabiduría, nos enseña a disfrutar mejor de los placeres.


El intemperante es un esclavo, tanto más sojuzgado cuanto lleva consigo por todas partes a su amo. Prisionero de su cuerpo, de sus deseos o de sus costumbres, prisionero de su fuerza o de su debilidad. Razón tenía Epicuro que en lugar de temperancia o moderación (sophrosyne), como Aristóteles o Platón, usaba la palabra "independencia" (autarkeia). Pero la una no va sin la otra: "La independencia es un gran bien, y no porque sea imperativo vivir con poco, sino porque no disponer de mucho nos permite contentarnos con poco, convencidos de que gozan más de la abundancia quienes no la necesitan, y de que es fácil procurarse lo natural y difícil obtener lo vano".4 En una sociedad no demasiado miserable, rara vez escasean el pan y el agua. El oro y el lujo nunca bastan, en cambio, en una sociedad opulenta, ¿cómo ser felices si no estamos satisfechos? ¿Y cómo estar satisfechos si nuestros deseos carecen de límites? Epicuro, sin embargo, se daba un festín con un poco de queso o pescado seco. ¡Qué alegría comer cuando se tiene hambre! ¡Qué alegría no tener más hambre después de comer! ¡Y qué libertad si sólo se está sometido a la naturaleza! La temperancia es un medio para la independencia, y ésta uno para la dicha. Ser temperante es contentarse con poco: pero no es el poco lo que importa: importan el poder y la satisfacción. Semejante a la prudencia -y quizás a todas las virtudes- la temperancia concierne, entonces, al arte de disfrutar: es un trabajo del deseo sobre sí mismo, de lo viviente sobre sí mismo. No pretende rebasar nuestras limitaciones, sino respetarlas.


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12.3.22

La ética de Sócrates

Edgar Bravo M. 
El texto presenta algunos aspectos de la ética de Sócrates: no cometer jamás injusticia, el conocimiento de sí mismo como requisito para la acción moral; su intelectualismo ético, que identifica la virtud con el conocimiento y el mal, con la ignorancia. Todo lo anterior desde el contexto político y social en que vivió y, desde su compleja y extraña personalidad.


La virtud-ciencia socrática no se debe concebir
como intelectualista, sino como práctica.
Roth Acker

 

La adecuación de las propias acciones a las ideas que se tiene acerca de la vida, del modo de conducirse en ella y de la postura ante la muerte, constituye en Sócrates un rasgo predominante en su personalidad. Sin embargo, estamos lejos de comprender su extraña personalidad a través de su pensamiento, o de lo que conocemos de él, puesto que esa misma personalidad  está hecha de contrastes: “bufón y serio, dueño de sí y demoniaco, dulce y violento, religioso y librepensador, asceta y amigo de banquete, aristócrata y demócrata, sofista y antisofista, terrenal e idealista”[1].

 

De otra parte, para comprender algunos hechos de su vida, entre ellos los de su propia muerte, es preciso no desconocer el contexto social, político y cultural en que vivió. En primer lugar, no es posible pensar a Sócrates por fuera de la polis. En su vida se ausentó de Atenas, su ciudad de origen, solo en dos ocasiones, y ambas en cumplimiento de sus deberes militares. Por lo demás, guardó siempre fiel obediencia a las leyes de la Ciudad-Estado, aunque no así a los gobiernos cuando estos incumplían las leyes y le obligaban a cometer injusticias. No hay que olvidar tampoco que Sócrates creció y vivió la primera mitad de su vida en el pleno esplendor de la democracia, la época más brillante de Atenas, en el siglo de Pericles. De ahí sus firmes convicciones políticas y su respeto por los valores en los que se sustenta la polis.

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[1] Belaval, Yvon. (1984). Sócrates, en Parain, Brice (director). Historia de la Filosofía. v. 2 México: FCE, p. 41.